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Obligado por las circunstancias
Hugo Chávez había puesto en el bolsillo de su chaqueta una constitución, un pañuelo, y el cristo que desde 2002 le acompañaba. Estaba al pie de la escalera de una tarima en la avenida Bolívar sobre la que deslizaba el agua de la intensa lluvia de ese jueves de octubre. A pesar del impermeable que le cubría, algunas gotas quisieron colarse por el cuello de su guerrera para recorrer su espalda y atraparse en la estructura del chaleco antibalas; otras fueron detenidas por los rizos de su cabello, pero Chávez sólo pestañaba cuando las gotas le daban en la cara.